24 de Junio de 2002: testimonio de Juan Romagoza

Romagoza et al. v. Garcia and Vides


El juicio comenzó el 24 de junio de 2002Redactado y puesto al día el 24 de junio de 2002

" Este es el caso número 99-8364" entonó el Juez Daniel Hurley al comienzo del primer día del juicio Romagoza et. al v. García y Vides. El jurado de tres hombres y siete mujeres fueron introducido a la sala del tribunal. El juez Hurley enfatizó que este caso tiene enorme importancia – para los demandantes, para los demandados y para la comunidad. James Green, uno de los dos abogados de los demandantes, dio la exposición inicial del caso. Él dijo que este caso es sobre el fracaso de los demandados en no realizar sus deberes como comandantes militares.

En el año 1979, en El Salvador, los militares presidieron un reinado de terror contra civiles (personas no militares) que no poseían armas. Al finalizar el conflicto, aproximadamente 75,000 civiles habían sido asesinados. Juan Romagoza, Neris González y Carlos Mauricio sobrevivieron, ellos fueron víctimas de las formas más brutales de tortura. Según Green, el General José Guillermo García en su posición de Ministro de defensa, y el General Eugenio Vides-Casanova en su posición de Director de la Guardia Nacional y luego en su posición de Ministro de defensa, fueron dos de los militares más poderosos.

Los militares en El Salvador, Green explicó, eran como una fraternidad. El cuerpo de oficiales, pocos más de cien, se protegían el uno al otro y al ejército como a institución. Ellos reaccionaban violentamente contra cualquier grupo o persona que se percibiera como una amenaza. Los abusos fueron tan extensivos que hasta altos funcionarios del gobierno estadounidenses culparon a los militares.

La ley de los Estados Unidos (el Acto de Reclamaciones de Agravios sobre Extranjeros y el Acto de Protección de Víctimas de Tortura) permite demandas judiciales por las cuales los comandantes pueden ser legalmente responsables por las torturas y por otros abusos de derechos humanos cometidos por sus subalternos. Green acentuó que los Estados Unidos no debe de ser una zona segura para torturadores. El Salvador dictó una ley de amnistía que protege a los generales y no permite demandas contra ellos en ese país.

Green le habló al jurado sobre las vidas y las experiencias de cada uno de los demandantes. Cuando él relató las historias, la sala de tribunal estaba silenciosa. La dolorosa realidad de estas experiencias impregnó cada rincón del íntimo lugar donde estas narrativas habitarán durante las próximas semanas. Green subrayó que la tortura de González, Romagoza y Mauricio ocurrieron en localidades oficiales del gobierno y que estos no fueron los actos de soldados rebeldes, sino que esto ocurrió sobre la vigilia de los generales, y bajo su mando.

Invocando el precedente de Nuremberg y los Tribunales de Tokio después de la segunda Guerra Mundial, Green declaró que líderes militares y políticos pueden ser culpables por no controlar a sus tropas y por no castigar a los autores de abusos. La tortura no se permite en ninguna circunstancia. Los generales han admitido en testimonio previo que El Salvador está obligado a seguir la Convención de Ginebra, la ley de guerra que prohíbe ataques sobre civiles.

Una cadena de mando rígida existió en El Salvador. Green le explicó al jurado que todas las fuerzas de seguridad domésticas, que funcionaban como la policía secreta, estaban bajo el mando militar. Green acentuó que el verdadero poder en El Salvador residió con los militares, no con la autoridad civil. El general García mantuvo el poder durante el período de 1979-1983. García y Vides tenían poder para emitir ordenes y para castigar a miembros de las fuerzas de seguridad. Por sus acciones o inacciones, ellos no previnieron y no castigaron a los autores de atrocidades. Ellos decidieron no castigar a ningún solo oficial; en cambio, los expertos declararán, que los generales promovieron a los que abusaron a los derechos humanos y expulsaron a los oficiales jóvenes quienes se quejaron. García y Vides no pueden ocultarse detrás de las reclamaciones de que los abusos son propaganda internacional o una "novela", una ficción, como ellos han mantenido en el pasado. La doctrina de responsabilidad de mando declara que los generales deben actuar para ponerle alto a los abusos si ellos saben que ocurren, o si deberían de haber sabido que ocurrían. Pero como Green indicó, la realidad de los abusos era visible por todas partes, los cuerpos en las calles, los informes de secuestros, los anuncios en los periódicos puestos por las familias y los amigos de los desaparecidos. Cada semana, el Arzobispo Romero les suplicó a los militares que paren la violencia. Hasta el propio experto que presentaron los generales, el ex-Embajador Edwin Corr, declaró que "uno tenia que haber sido tonto, ciego o sordo para no haber sabido lo que ocurría."

Como Green subrayó, los generales sabían. Hay docenas de cables del gobierno estadounidenses que reportan las reuniones en las cuales se les urgía a los generales que paren la represión. Amnistía Internacional inundaba al gobierno Salvadoreño con cartas que protestaban contra las detenciones y torturas. La Comisión Interamericana sobre Derechos humanos de la OEA envió un investigador a El Salvador. El demandado Vides-Casanova ha admitido que cuando él fue elegido como Director de la Guardia Nacional, él no hizo ningún intento de cerrar las salas de tortura y no envió mensaje alguno manteniendo que no permitiría la tortura bajo su mando.

Según Green, los actos de terror realizados por el estado, con los generales al mando, fueron sistemáticos y deliberados. Estos actos fueron actividad criminal en escala masiva. Este caso no es se trata de como los generales deberían de haber conducido la guerra contra la oposición armada. Es un caso sobre la estrategia militar, "simple y sencillamente," que aterrorizó a civiles, a ciudadanos inocentes y desarmados. Es un caso sobre la cultura de impunidad creada por los demandados por la cual los autores nunca han sido castigados, nunca han tenido que contestar por ninguno de sus crímenes. En cambio, un código de silencio es su contraseña, protegerse a si mismo a cualquier costo. "Había una guerra civil," dijo Green, "no una suspensión a la civilización." Los generales deben aguantar la culpa.

El primer testigo fue el Doctor Juan Romagoza. Romagoza, era de una comunidad rural en El Salvador, él quería ser un doctor porque él era testigo de la poca asistencia médica que había para su familia y para la comunidad. Durante sus estudios, él y otros estudiantes de medicina abrieron una clínica gratis en la Universidad de El Salvador, donde ellos trataban a sobrevivientes de la tortura y a los pobres. Cuando fue residente, él fue testigo de los asaltos de los militares en su hospital y del secuestro de uno de sus pacientes. En otro caso, él vio a las fuerzas de seguridad cuando asesinaron a un paciente que se recuperaba bajo su cuidado. Él guardó los restos de las balas que se usaron para matar al hombre y las llevó a la oficina del Arzobispo Romero. El Arzobispo mencionó este caso en una homilía dada justamente días antes de que él fuera matado por las balas de asesinos. Cuando los militares cerraron la universidad, la clínica fue el primer lugar que atacaron. Ellos totalmente nivelaron la facultad de medicina – no dejaron ni un libro.

Romagoza no era político y no era un guerrillero. Él simplemente creía en el principio básico de ayudar a los pobres. El 12 de diciembre de 1980, él y varios colegas habían ido a la pequeña ciudad de Santa Anita en Chaletanango a proporcionar asistencia médica. Ellos sabían que era el Festival de la Virgen de Guadalupe y que muchos de los campesinos estarían allí. Dos camiones aparecieron con miembros del Ejército, la Guardia Nacional y hombres en traje civil. Estos comenzaron a ametrallar a la muchedumbre. La gente comenzó a correr, gritando y llorando. Romagoza fue herido en el pie y la cabeza. Lo detuvieron y lo transfirieron a un helicóptero donde sus captores le amenazaban con tirarle afuera. Lo pusieron en una celda en el cuartel llamado El Paraíso (irónicamente, traduciendo al inglés esto significa "el cielo") donde él fue interrogado y torturado. Luego le dieron una inyección. Durante esta penosa prueba él pensaba es su compañero y en su bebé que era recién nacida y temió que él nunca los volvería a ver.

Al día siguiente, lo llevaron a la oficina central de la Guardia Nacional en San Salvador. Le vendaron los ojos. Sus captores le decían que ellos lo iban a llevar "al mejor hotel en El Salvador." Durante los siguientes veintidós días, le torturaron en diferentes salas de tortura que se encontraban en las oficinas centrales de la Guardia Nacional. De vez en cuando, él podría oír los gritos de otras víctimas. El jurado escuchó las elocuentes palabras dichas por Romagoza, cuando él explicaba lo que fue la experiencia de pasar la Navidad en este lugar tan horroroso. Él pensaba en como quería llevar a su pequeña niña a conocer a su abuela para la Navidad, y luego contó que tuvo que aguantar las formas más extremas de tortura esa noche porque los guardias se emborrachaban cada vez más.

Romagoza fue torturado de tal modo que se aseguraba que él nunca más podría practicar su especialidad médica como cirujano. Le rompieron un brazo y también sus dedos; hoy él carece de la función normal del movimiento de su mano. Nunca le trataron a sus heridas. Sus días finales en la facilidad de Guardia Nacional los pasó en una ataúd. Durante todo ese tiempo que estuvo detenido, nunca lo acusaron de ningún delito, nunca se presentó frente a un juez, nunca fue permitido hablar con nadie. Cuando finalmente fue liberado, él no podía caminar y pesaba sólo setenta libras. Uno de sus tíos, un militar, vino para recogerlo. Cuando salió de la instalación, Romagoza vio a su otro tío que estaba al lado de Vides-Casanova.

Romagoza tuvo que esconderse cuando fue liberado. Él no podía recibir atención médica en ningún hospital. Un colega médico lo vio una vez, pero tuvo miedo de hacerlo una segunda. A ese amigo lo mataron un año después. Romagoza tuvo que tratarse las infecciones él mismo. También tuvo que tratarse él solo por la pérdida de sangre y la desnutrición. Durante los veintidós días que estuvo detenido no le habían dado casi ningún alimento ni agua. Finalmente fue capaz de escaparse y entrar a Guatemala, y luego a Méjico. Ahí fue donde él finalmente recibió ayuda médica. Romagoza vino a los Estados Unidos, pidió asilo y lo recibió y hoy es ciudadano de los Estados Unidos. Él trabaja ahora como Director Ejecutivo de la Clínica del Pueblo en Washington, D.C. Esta clínica les ofrece servicios a la comunidad Latinoamericana y a los Salvadoreños.

Al final de su testimonio, Romagoza le contó al jurado que un día a mediados de su estadía fue muy diferente a los otros días. Los guardas le dijeron que "el jefe" venía a verlo. Ellos se refirieron a él como "mi coronel." Por su comportamiento, Romagoza sabía que ellos se referían a que iba a venir Vides-Casanova. Lo encadenaron al piso cuando llegó Vides-Casanova. Por debajo de sus vendas, él podía ver las botas brillosas y limpias, botas diferentes de las que usaban los otros Guardias, podía ver los pantalones que eran de una tela diferente y también podía ver la hebilla del cinturón. Vides-Casanova lo interrogó, le preguntó sobre sus tíos (los militares), presionándolo para saber si ellos estaban alineados con la oposición izquierdista. Vides-Casanova no mostró ningún interés por el bienestar de Romagoza. Una vez que Vides-Casanova se fue, Romagoza tuvo que aguantar varios días más de tortura extrema. Mientras la sala del tribunal miraba, Romagoza identificó al general Vides-Casanova como el hombre al que él escuchó ese día y al cual él volvió a ver el día que lo pusieron en libertad.

El abogado de los demandados, Kurt Klaus, el mismo abogado quien los representó en el juicio que se produjo con la demanda puesta por las familias de cuatro monjas Americanas que fueron asesinadas en El Salvador en diciembre, de 1980, le hizo algunas preguntas a Romagoza. Después de unas breves preguntas, Klaus le preguntó a Romagoza por qué él había hecho esta demanda. Romagoza terminó su testimonio con una nota elocuente. Él explicó que hace mucho tiempo él ha pensado en el hecho de que nunca hubo justicia para ninguna de las víctimas de El Salvador. Dijo que a pesar de los muchos que murieron, él esta vivo y es uno de los pocos que puede contar esta historia. Dijo, "No es justo, que yo permanezca en silencio. Las cicatrices de esta injusticia no se pueden borrar con tratados o con la amnistía … Nosotros, yo y los generales, ahora vivimos en los Estados Unidos. No es justo que los que violaron los derechos humanos y la dignidad humana puedan ser bienvenidos aquí. Para mí, ya es el tiempo para empezar a borrar estas heridas."

Redactado Por: Patty Blum, Profesora de derecho y Directora del Coloquio de los Derechos Humanos Internacionales, Universidad de California, Berkeley, Boalt Hall, y miembro del Consejo Legal del CJA; y su asistente Daniela Yanai, estudiante de Derecho en Boalt Hall.